mayo 24, 2011

Yerba

Martes 24, 23:13. De nuevo sola en casa. Abro la gaveta y enciendo mi trozo de hierba. Prendo el estéreo y pongo Belphegor al máximo volumen… ¡AH!... Apago las luces y empiezo a relajarme, cierro mis ojos y comienzo a moverme al son de la música, al tiempo en que poco a poco voy inhalando.

            La música se apodera de mí. Voy tocando mis senos y bajo las manos por mi abdomen hasta llegar a las caderas.

            Me dirijo hasta mi cuarto, con ya menos de medio porro, y me acuesto en la cama. Prosigo con los mismos movimientos. Subo las manos a mi cabello, las paso por mi cuello, me muerdo los labios y sigo jugando. Cuando abro mis ojos, luego de culminar mi faso, siento como una sombra cruza el cuarto. Me levanto. No le doy importancia. Apago la computadora, y me vuelvo a acostar. Mantengo mis ojos abiertos y ahora distingo como unas dos siluetas aparecen en la posa pie de mi cama. Eran una especie de “Ángeles proscritos”. Tenían el cabello largo, y andaban ataviados con unas capas negras… y sus ojos…rojos, me trasmitían lujuria y maldad a la vez.

            Intenté cerrar mis ojos y volver a envolverme en la música. Me hice la idea de que todo era a causa de la hierba. Mi cuerpo se movía al unísono de las guitarras, hasta que… siento como unas manos van subiendo por mis piernas, mientras otras están desabotonando mi camisa. Luego, siento como la lengua de uno de los proscritos atraviesa el entreabierto de mis senos y al abrir los ojos, encuentro al otro bajándome el pantalón.

-         Tranquila, esto no te dolerá… mucho.

Dejo que me sigan haciendo todo aquello, hasta que el otro se acerca a mi rostro y me besa en los labios. Pasa sus manos por mi espalda y me suelta el sostén, a la vez en que siento como mi sexo queda expuesto paulatinamente.
           
Me pierdo en los labios del primero, quien a su vez empieza a pellizcarme los pezones, mientras el segundo muerde mi clítoris e introduce su lengua en mi sexo. Nunca en vida había sentido algo tan magnífico como todo aquello que estaba ocurriendo. Me sentía dueña de dos hombres, de dos proscritos, de dos bestias.

No sabía exactamente qué hacer, mi cuerpo se estaba llenando más bien de una increíble dosis de deseos; sólo quería dejarme llevar, que me hicieran completamente suya y se aprovecharan de mí, como nadie en vida había hecho antes.

El más alto, quien besaba mis labios, se alza de nuevo y se quita sus prendas, mis ojos lo veían, pero mi mente estaba en la lengua del otro ser, que jugaba divinamente con mi sexo; queda expuesto su miembro, erecto y listo para el yo poder darme un banquete. Se coloca frente a mí e introduce ese divino ejemplar en mi boca; empiezo a lamerlo de arriba hasta abajo, lo bordeo, lo agarro y muerdo, gimo, me excito, deseo más… En un momento dejé de sentir ese sexo oral tan maravilloso que me estaba haciendo la personificación de Satanás, cuando para mi sorpresa, su miembro va siendo introducido en mí, sin compasión, con ganas… logrando así excitarme cada vez, quizás por las endorfinas que mi cuerpo emanó debido al dolor.

Mordí algo fuerte el miembro de mi primer hombre, lo que causó en él deseo de controlar mejor la situación. Apartó a su compañero, me haló por el cabello, inclinó en cuatro y penetró. Se movía deliciosamente, aceleraba su ritmo y poco lo disminuía (al parecer notó que era lo que me gustaba). Mi segundo amante, visto quien dominaba la situación, tomó posición en un sillón frente a mi cama y a través de la oscuridad noté como se estaba masturbando con la escena que su aliado le estaba regalando gracias a mí.

Me seguía penetrando, yo gritaba, el respiraba… el otro… disfrutaba. Sentía como estaba cerca de ver al mismo Asmodeo ante mis ojos, llenándome de deseo sexual y a paso de moscas para el climax. Fue, además de una penetración intensa, una compenetración mucho más fuerte aún; yo casi llegaba, él igual… el otro, también. Los pasos de los tres se aceleraba con el deseo de querer más.

Casi llego, sólo un poco más… me froto mi sexo para poder llegar, y bien, siento mi cuerpo llenarse de ese increíble placer infinito por mis venas, lo disfruto divinamente y al poder por fin, pararme de la cama, estaba sola, desnuda ante mi dildo y los pocos trozos de yerba que habían quedado sobre la cama. Todo fue parte de mi imaginación, o ¿Quizás tal vez no? De todas formas, no es excusa para no volver a desear otra noche con esos enviados del mal.

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