mayo 17, 2011

Viernes 8



Otro día rutinario, llego a mi casa y repito lo mismo de siempre: dejar el bolso, las llaves, los tacones, bañarme y otro sin fin de cosas. No podía quitarme de la cabeza lo que había sucedido hace unas pocas semanas. Esa criatura me había cautivado, estaba obsesionada con él. Solo quería que regresara a mí, y volviera a hacerme suya como lo había hecho esa noche; quería sentir sus manos en mi cuerpo y sus colmillos en mi fémur, volver a repetir ese encuentro tan excitante y único.

            Pero deseaba eso en vano, por más atada que estuviese a sus palabras, de que volvería. Preferí rendirme en mis deseos y entregarme otra vez a Morfeo.


   De nuevo espiaba sus pasos con sigilo, todas las noches, aunque ella no me sintiera. La veía desvestirse, cambiarse, tocarse, todo aquello que la hacía ver cada vez más hermosa y fascinante. No quería acercarme, temía enamorarme más de lo que estaba. Pero su cabello, sus ojos, su cuerpo, era el pecado y sueño de todo hombre y yo, era aquel vampiro que la encantaba y excitaba con solo tocarle el pecho.

   Hoy no pude resistir las ganas de hacerla mía como ese Domingo 26, pero tuve que abstenerme, de todas formas, no perdía nada con una simple y breve visita.

    Entré por la ventana de su cuarto para no despertarla, ¿Acaso iba ella a sentir el sigilo con el que actuamos nosotros los vampiros? Que hermosa se veía con su pequeña bata de seda morada, tan angelical, tan pura. Se me hacía casi imposible poder tocarla, pero su piel emanada un aroma delicioso, tan provocativo como aquel de su sangre, el cual, traspasaba sus poros y se clavaba en mi garganta.

    No pude resistirme ante el hecho de solo verla e irme, necesitaba sentirla. Y así hice. Pasé mis manos por su rostro, por sus labios, luego por sus hombros y por su pecho, comprimiendo ese fuerte deseo de poder tocar sus senos. Toqué su abdomen, su cintura… todo lo que la componía y hacía que fuera esa hermosa mujer. Me acosté a su lado y delicadamente la besé en los labios. Que diferencia su calor al frío de los míos. Pasé mi lengua por su boca, bajé hasta su cuello y la mordí. Sentí como sumida en su sueño se retorcía en la cama, pero sabía que no se despertaría, a demás, su sangre estaba demasiado deliciosa como para yo poder frenarme en ese momento. Así mis manos a su espalda, y me alejé de su cuello.

    Las ganas aumentaron: besé su cuello con pasión, mis manos fueron bajando a sus muslos, noté que fue despertándose, pero no me importó en lo absoluto. Abrió los ojos. Sorpresa. Me besó como nunca nadie, como si quisiera que la hiciera mía en ese mismo momento. Mis manos siguieron tocándola, sus muslos, sus glúteos, sus senos y así iban.

    Ella pasaba su lengua por mi oído, al tiempo en que yo desgarraba su pequeña bata, ¡AH! Que divinos sus pezones duros por el frío y la excitación que en esos momentos la estaba invadiendo. Seguía besándome con ahínco. Me quitó la camisa. Con desespero intentaba soltarme el pantalón, y lo que yo podía hacer era entregarme por completo esa maldita noche. Mordí sus labios, su abdomen, su fémur. Y ahí, ante mis ojos estaba su sexo desnudo y húmedo. Introduje uno de mis dedos y mi lengua empezó a jugar con sus clítoris. Como se retorcía en la cama ¡Que maravillosa!

   Me empujó hacia un lado y una vez ella encima de mí, bajó a mi miembro y lo lamió de formal letal y maravillosa. Lo sentía erecto hasta el punto máximo. La giré de nuevo, pero esta vez intente alzarla, y la empujé hasta la pared, seguí besándola y mordiéndola. Por todo su cuerpo quedaban las marcas de mis colmillos, y mientras la asía de los brazos notaba como cada gramo de sangre que surgía de su cuerpo era para mí un sentido de excitación más grande, y lo mejor, a ella no le importaba.

    La halé del brazo y caí de nuevo encima de ella. Fui penetrándola, y por cada centímetro de mi miembro que entraba, salía un grito de placer de su boca. En ese momento no me preocupó en absoluto si sentía dolor, pues en su rostro se veía lujuria en vez de cualquier otra cosa. Que divina sensación el sentir mi miembro dentro de ella. La recosté mejor en la cama y mientras sostenía sus manos, la seguía penetrando ¡AH! Cada vez más rápido y con más fuerza. Ella solo gemía de placer.

    La alcé de nuevo, la giré y quedó su pequeño trasero en frente de mí. La volví a penetrar, esta vez si sentí el dolor en ella, pero a la vez fue más que simple placer y satisfacción. La agarré por las caderas y seguía penetrándola, ¡Increíble! Que gloria sentirla gritar mi nombre en ese momento, oír sus gritos, saber que le gustaba y que quería más. Iba rápido, lento, con fuerza y armonía. Y ella, solo lo disfrutaba como nunca. 


Música para mis oídos.

    En ese instante, fue ella quien tomó el control sobre mí. Empujándome como un súcubo a sus víctimas. Rasgó mi pecho; sangré y sané. Quedó fascinada. Se inclinó para besarme a la vez en que volvía a introducir mi miembro en su sexo. De nuevo esa divina sensación de calor. Cerré los ojos, y solo notaba como se movía, como me hacía suyo, como hacía que mi corazón se acelerara y mi cuerpo rebosara de placer. Seguía moviéndose, de arriba hasta abajo, y viceversa. Yo estaba al borde de llegar a mi punto, sentía el clímax pronto y justo cuando abrí los ojos noté como ella se mordía los labios, mostrándome que tampoco le faltaba mucho. Agarraba sus nalgas con furia, las apretaba y golpeaba ¡Que divino! Y ella se retorcía. Le encantaba.

     La volví a recostar. La volví a girar. La volví a penetrar. Aceleré como nunca el paso, la halé del cabello. Ella gritaba. Seguía penetrándola. Más rápido. Con más fuerza. Placer. Clímax cerca. Solo gritos, gemidos, todo de placer y delicioso deseo.

   ¡AH! Que divino. Subimos y bajamos del cielo. Visitamos a Asmodeo y este nos recibió con los brazos abiertos, como queriendo decir “Bienvenido al Pecado”.


Bastó el saber que ambos habíamos completado nuestras ganas para así, poder irme y dejarla desnuda en la cama.

     - Cierra los ojos Mon amie, y sumérgete de nuevo en tu glorioso sueño. Hoy, solo es una noche de tantas.

    Tras un beso, me despedí y ella siguió sumida en sus sábanas.
          

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